Palabras de Sabiduría

“… las personas que se dedican a emprendimientos que tienen como objetivo un gran público, deben tener la sensibilidad de captar los cambios de la época, si no lo hacen, no lograrán acompañar el avance de los tiempos.”

La exigencia natural del alma

¿POR QUÉ EL BEBÉ LOGRA LACTAR SIN NUNCA HABER APRENDIDO?
Reflexionando sobre el simple hecho de que el bebé recién nacido saber lactar, comprendemos que nuestra vida no inicia en el momento en que nacemos. Al nacer, el bebé ya sabe que, succionando el seno materno, obtendrá el líquido nutritivo que lo alimentará. Eso significa que en él está presente la Vida de Dios, que da esa sabiduría. En otras palabras, la Vida no se inicia en el instante en que la persona nace. La Vida de Dios, que existe desde el principio, se aloja en el vientre materno para dar origen al bebé. Por eso, el niño conoce actos que nunca vivió antes; eso muestra que la esencia de la Vida transciende las experiencias de la vida terrena. Dicho de otra forma, nuestra Vida no se restringe a este mundo, pues ella es la esencia que transciende la existencia terrena. Eso significa que nuestra vida es la Vida de Dios. Una Vida transcendente, alojada en nuestro cuerpo carnal, nos hace vivir. Podemos, pues, decir que Dios está presente en nosotros.

¿Qué es Dios?
En el libro La Verdad de la Vida, tuve el cuidado de colocar entre paréntesis las palabras “nuestro Padre” después de la expresión “Gran Vida del Universo”, para que todos pudiesen comprender su significado. La Gran Vida del Universo es la fuente de donde se originó nuestra Vida. Aquel que es generado es hijo, y aquel que genera es padre. Por lo tanto, es adecuado el uso de la expresión “nuestro Padre del Universo” cuando nos referimos a la Fuente de nuestra Vida. ¿Y de donde se habría originado “nuestro Padre del Universo”? Él nunca nació. Siempre existió. Por eso, decimos que Dios es eterno, nunca nació y jamás morirá.

Somos dotados de vida infinita
Por existir en nosotros la Vida de Dios, continuamos viviendo aún después de la muerte del cuerpo carnal. Integrada en la corriente de la Vida del Padre, nuestra Vida sigue por la eternidad. El budismo también predica una visión de Vida semejante, desde la antigüedad.
Es una visión correcta. Nuestra Vida transciende las experiencias terrenas porque sigue junto con el flujo de la Vida de Dios. La Vida de Dios fluye en el canal llamado “cuerpo humano” y, después de un determinado período, sale. de ese canal.

Cuando la Vida sale del cuerpo de una persona, decimos que ocurre la muerte. Pero la Vida no muere; ella salió del “canal” y continúa el fluir eternamente. La Vida del ser humano continúa existiendo aún después de abandonar el cuerpo carnal, porque está integrada a la Vida del Padre, a La Gran Vida del Universo.

Tal vez ustedes pregunten: ¿tanto la Vida que pasó por el canal llamado cuerpo carnal como la que aún no pasó, es decir, tanto la Vida que fue concebida y surgió en este mundo como la que aún no fue concebida, acaban perdiendo las respectivas peculiaridades y se vuelven una sola al retornar junto a La Gran Vida del Universo (el Padre que rige el Universo)? No es así. Cada Vida individual mantiene su identidad y, al mismo tiempo, está integrada en La Gran Vida del Universo.

Si colocamos un poco de agua del mar en un frasco, el agua adquiere la forma de ese recipiente. En cuanto esté dentro del frasco, el agua presentará esa forma peculiar. De modo análogo, cuando la Vida se aloja en el cuerpo carnal, adquiere individualidad. El agua del frasco, al ser devuelta al mar, pierde completamente la forma que había adquirido. Con la Vida del ser humano ocurre algo diferente: aún al regresar al “océano de la Gran Vida”, ella mantiene su individualidad.

Si, después de la muerte física, la Vida del hombre terminase como el agua de un vaso arrojada al mar, es decir, perdiese completamente la individualidad, no tendría sentido que las personas naciesen en este mundo como individuos, y que cada cual viviese diversas emociones, se esforzase para acumular experiencias y se desarrollase. Todo eso sería inútil. Sería un absurdo creer que Dios hace que nos esforcemos la vida entera para después anular todo ese esfuerzo. Por ejemplo, de que sirve, yo Taniguchi, haber nacido, crecido, estudiado, pasado por situaciones que sólo yo podía vivir y, finalmente, haber logrado enriquecimiento espiritual y desarrollo personal si todo eso es anulado en el momento en que mi cuerpo carnal deje de existir? No tendría sentido que las personas se esfuercen, acumulen experiencias y mejoren cada vez más si nada de eso vale al final. Si el fin fuese igual para todos, tanto para los que se esfuerzan y acumulan conocimientos, para los que llevan una vida disoluta, como para los que se entregan a la apatía y destruyen su propia vida, llegaríamos a la conclusión que tal vez fuese mejor desistir de hacer cualquier esfuerzo y morir para regresar al seno de La Gran Vida. No, esa no puede ser la finalidad de nuestra existencia. En lo profundo de nuestro ser existe la intuición de que nuestra individualidad permanecerá para siempre, y es por eso que el esfuerzo constante para mejorar tiene sentido. Sería innecesaria la búsqueda del desarrollo si las personas que se esfuerzan y las que no hacen ningún esfuerzo se volviesen una sola al regresar al seno de La Gran Vida. Y si, para alcanzar la iluminación, bastase con integrarse a La Gran Vida del Universo, sería mejor apresurarse a morir que perseverar en los esfuerzos. Obviamente, esa idea es absurda.

La exigencia natural del Alma
Todos nosotros sentimos en el alma la exigencia natural de establecer una clara diferencia entre una persona que se entrega al libertinaje y acaba destruyéndose a sí mismo y otra que se esforzó constantemente hasta alcanzar la iluminación espiritual. Esa exigencia natural es tan lógica como la ley matemática que determina que dos son dos y no tres. Nuestra alma intuye lo que es correcto y lo que es incorrecto, y esa intuición no falla. Por eso, sentimos el deseo natural, la necesidad urgente, de desarrollarnos cada vez más, y nos esforzamos para atender a esa necesidad. Y, en la búsqueda del perfeccionamiento, lo que nuestra alma intuye como correcto está de acuerdo con la Verdad. El alma es superior al cuerpo. Por lo tanto, no hay duda que ella no se extingue con la muerte física.

¿Por qué el hombre no desea la muerte?
A exigencia natural del alma es el deseo por algo cuya existencia el ser humano intuye por medio de la cognición transcendental.
Nadie quiere morir. El deseo de vivir es inherente a todo ser humano. Algunas personas dicen que quieren morir e intentan el suicidio. Pero, en verdad, ellas también desean vivir; amargadas con las circunstancias que no les permiten vivir de la manera como les gustarían, recurren al acto extremo pensando en acabar con su angustia. Se Puede decir que es una manifestación distorsionada del deseo de vivir plenamente. El deseo de vivir es un anhelo latente en lo profundo de nuestro ser; se trata de algo innato, transcendental, y no algo que se adquiere por la experiencia. Nuestra esencia es la Vida, y la Vida es una energía que debe ser manifestada. Por eso, es inherente en todos, el deseo de vivir.

El deseo de progresar
El deseo de progresar también es inherente al ser humano. Los medios para progresar en la vida varían conforme las personas. Existen jóvenes que se dedican a los estudios buscando obtener buenas notas, señoritas que desean encontrar un buen partido y constituir una familia, hombres que quieren conseguir un buen empleo y hacer una carrera de éxito. Hay también los que prefieren perfeccionarse en los estudios y dedicarse a una carrera profesional.

Son diferentes manifestaciones del deseo de desarrollarse, de evolucionar. Si les preguntan: “¿Por qué quieren progresar?”, no sabrán explicar rápidamente el motivo y dirán que simplemente sienten necesidad de mejorar. Eso prueba que el deseo de progresar es algo innato, es decir, es una exigencia natural que viene del fondo de la Vida, y en ese hecho existe un significado profundo. Sabemos que, con el desarrollo, nuestra Vida adquiere mayor valor — en otras palabras, el desarrollo implica adquisición de valor y nunca es inútil. Por eso, deseamos desarrollarnos. Se pueden presentar diversos argumentos o teorías al respecto del deseo de progresar. Pero el punto fundamental es reconocer que todos traen latente en si ese deseo, teniendo o no consciencia de eso. Hasta los gusanos o insectos aparentemente inútiles poseen el impulso de desarrollarse. Y es por eso que ocurre el proceso de evolución. ¿Por qué existe en todas las personas el deseo de progresar? Si el progreso conquistado en esta vida fuese anulado totalmente con la muerte física, no sería lógico que las personas sienten la necesidad íntima o el impulso natural de progresar. Si las personas son impulsadas por esa necesidad, es porque ellas saben, a priori, que el valor personal adquirido con su progreso y su desarrollo en esta vida jamás será anulado.

Cada uno de nosotros vive como un individuo, pasa por experiencias y entrenamientos peculiares, acumula méritos y conquista el valor personal. Es inconcebible que ese valor sea anulado con la muerte del cuerpo carnal. Lo lógico es cada uno conquiste el valor propio, de acuerdo con su grado de progreso: quien avanzó diez pasos debe obtener el valor correspondiente a ese empeño; quien avanzó treinta pasos, el valor correspondiente a ese esfuerzo, y así por delante. Podemos afirmar que los valores peculiares que cada persona conquistó con esfuerzos propios pasan a hacer parte da su Vida individual, la cual no se extingue con la muerte física; y que, por tener consciencia de eso, nos empeñamos en la búsqueda del desarrollo personal. Así, considerando tanto el punto de vista filosófico como la de la ética práctica, afirmamos que la Vida con características personales continua existiendo aún después de la muerte del cuerpo.

(Fuente: La Verdad, vol. 5) - Del libro Usted es Dueño de Potencialidad Infinita pp. 48-53

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La Sagrada búsqueda y la peregrinación

De este modo, la humanidad inicia la sagrada búsqueda de Dios y la peregrinación para ir a Su encuentro. Algunos Lo descubren en el budismo, con el nombre de buda; otros en los actos de caridad y en el amor al prójimo, con el nombre de misericordia; otros Lo descubren en la iglesia e intentan entrar en contacto con Él por medio de oraciones hechas en ese recinto. En tanto, existen sectas religiosas en que la fe en Dios o en Buda se distorsiona debido a la influencia de la mente estrecha, exclusivista y dominadora de algunos padres, pastores o monjes que intimidan a los adeptos con palabras tales como: "Si abandonan esta iglesia (o este templo) podrán sucederles terribles desgracias como castigo de Dios (o Buda)". Así, los adeptos de esas sectas, en lugar de encontrar al Dios verdadero, son aprisionados por un "Dios amenazador" y terminan perdiendo la libertad. El Dios verdadero jamás intimida al hombre con amenazas y castigos. Si la persona cree en el castigo o en la venganza de Dios, es porque escogió mal el camino en la búsqueda de Dios.

(Taniguchi, Masaharu; Vivir Junto con Dios, Pág. 47).

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