
Cuanto más la Vida se desarrolle, más ordenada ella se torna, intensificando la acción de disponer las cosas de acuerdo con ordenes establecidas. Hasta en una hoja de árbol constatamos la sabiduría de la Vida. El árbol no absorbe indiscriminadamente los nutrientes del suelo ni dispone de manera desordenada los elementos absorbidos. Con la sabiduría inherente a la Vida, ella dispone en perfecto orden de los nutrientes que absorbió. El orden es manifestación de la sabiduría y también de la Vida. Donde existe Vida, necesariamente se establece el orden. Desaparecer el orden significa interrumpir la acción de la Vida. Existen personas que confunden el desorden con la libertad. Pero donde no hay orden no puede existir la verdadera libertad. La libertad es inherente a la Vida; y la Vida, usando libremente su fuerza, establece el orden en todo.
Relación entre libertad y orden
Como podemos percibir, el orden es muy importante. Hoy en día, se da mucho énfasis al término “libertad”, y existe la tendencia de considerar como violación de la libertad y de los derechos humanos a cualquier medida para establecer el orden. Pero, para que algo funcione, es preciso que haya orden. La Vida es una fuerza que domina el caos material y establece el orden. Los alimentos, al llegar al estómago después de ser masticados, continúan siendo elementos materiales en estado caótico. Es preciso que la Vida coloque en orden los componentes nutritivos, para que ellos constituyan el cuerpo sano. El orden y la organización establecidas por la Vida liberan la fuerza vital y propician libertad al ser humano, en vez de restringirlo.
Todos desean la libertad, pero existen personas que tienen una idea equivocada al respecto de “ser libre”. Cuando escuchan hablar de derechos fundamentales y libertad del ser humano, piensan que ser libre es hacer lo que quieren, como lo entienden y actúan de modo arbitrario, desaseado y desorganizado, y justamente por eso terminan perdiendo la libertad. Podemos comparar tales personas a conductores que conducen de manera arbitraria, sin respetar las leyes de tránsito, y acaban provocando un gran congestionamiento, en el cual ellos mismos quedan atascados y no consiguen avanzar ni un metro. Existen muchas personas que no comprenden algo tan obvio. Ese tipo de persona cree que sería una maravilla se todo fuese libre, si no existiesen reglas para nada. Pero, ¿qué sería de este mundo si todos fuesen libres para actuar como quieren? Supongamos que los profesores digan a los alumnos: “No necesitan despertarse temprano para venir a la escuela; pueden dormir cuanto quieran”, “Aquellos que prefieran jugar pueden continuar en el patio. Si no quieren entrar en el salón de clase, no entren”, “Quien quiera conversar o cantar en el salón de clases puede hacerlo” etc., etc. Es claro que, en esas circunstancias, sería imposible dictar clases. Parece bueno poder hacer lo que se quiere, de la manera que lo entiende. Pero, si todos actuasen de ese modo, el mundo sería caótico, pues las personas impondrían su propia voluntad sobre las otras, y no habría la verdadera libertad. Donde reina el caos, no existe la verdadera libertad y, por lo tanto, no se manifiesta la energía vital. Todo organismo necesita ser conducido por la sabiduría.
Supongamos que alguien le diga a su propio corazón: “No necesita funcionar con tanta exactitud, latiendo 72 veces por minuto. Puede relajarse un poco, latiendo, en ocasiones, solamente cinco veces por minuto, o hasta quedarse parado durante un día. Pero, si tiene mucho deseo de trabajar, puede latir 150 veces por minuto”. ¿Qué sucedería, si el corazón acepta esa sugerencia y deja de latir con regularidad? La persona moriría y, con ella, su corazón también. Entonces, el espíritu de esa persona lamentará: “Yo le di libertad total, eliminando todo y cualquier control, pero usted terminó muriendo. Por la ausencia total de control, usted terminó perdiendo la libertad, pues paró de funcionar definitivamente”.