Frecuentemente, se reunían en nuestra casa varias personas en busca de la
fe religiosa y discutían el asunto en un agradable ambiente de confraternidad. Aún así, eso parecía insuficiente para satisfacer los deseos de mi marido. Él me decía:
– Mi sueño es difundir para el mundo la Verdad que creo y con eso proporcionar felicidad al mayor número posible de personas. Si no consigo realizar este ideal, mi vida no tendrá sentido. Considero vacía la vida que consiste en trabajar para una empresa únicamente para obtener el sustento.
– También pienso así – afirmaba yo – Haré lo posible para reducir los gastos de la casa y voy a economizar dinero. Tan pronto hayamos juntado la cuantía suficiente, usted publicará la revista.
No podíamos prever cuando llegaría ese día, pero empezamos a llevar una vida simple. (...) Viviendo así, a la espera del día en que tendríamos condiciones para publicar la revista mensual, de buena calidad. Pero, infelizmente, nuestra casa fue robada dos veces. (...) Fue en aquel momento difícil, que parecía todo perdido, que surgió en la mente de mi marido, como un destello, la siguiente inspiración divina: “Levántese!! El momento es ahora!” “Decidido, mi marido comenzó a escribir frenéticamente. Comenzamos a pensar en la posibilidad de cambiar de casa. Después de que mi marido salía para el trabajo y mi hija Emiko iba para el jardín infantil, yo caminaba por la ciudad en búsqueda de una casa adecuada para alquilar. Cerca de dos cuadras de donde vivíamos, encontré una casa con la placa: “Se alquila”. Empujé el portón y entré al jardín. Frente al cuarto del primer piso había una planta de glicinia. En esa casa había bastante distancia entre el portón y la casa, y en ese espacio yo podría plantar flores. Esa idea me dejó muy feliz. Cuando llevé a mi marido para ver la casa, tanto a él como a nuestra hija les gustó y acordamos alquilarla. Nos acostumbramos en llamarla “casa de las glicinias”. Fue allí que se originó Seicho-No-Ie.
El primer número de la revista Seicho-No-Ie fue lanzado después que nos mudáramos para la “casa de las glicinias”. Fue el día 1º de marzo. Mi marido y yo buscamos en la lista d
e direcciones los nombres de las personas a quien podríamos enviar la revista y comenzamos a realizar los envíos. Sentíamos el corazón palpitar de expectativa. Mi marido envió la revista a los amigos y conocidos. Yo revisé la lista de las graduandas del colegio femenino donde estudié, y envié la revista para las ex-compañeras que se interesarían en temas religiosos. Naturalmente, la revista era gratuita. Pero algunas de las personas que recibieron la revista nos enviaron dinero. Continuamos enviando la revista tanto para los que enviaban dinero, como para los demás, pues no actuábamos por interés. Algunas personas nos pidieron que continuáramos enviándoles la revista durante medio año, otras pidieron que suspendiéramos el envío. Pero con el pasar de los meses, aumentaba cada vez más el número de personas que nos escribían expresando alegría y agradecimiento. Con entusiasmo redoblado, nos dedicábamos al trabajo.
Durante el día, mi marido trabajaba en la empresa para obtener dinero para nuestro sustento, y en la noche, después de comer, se sentaba ante su escritorio y comenzaba a escribir. Entonces, súbitamente brotaba en él la infinita fuerza vital y la pluma en su mano comenzaba a deslizarse sobre el papel, con gran rapidez, él se dedicaba hasta tarde a un trabajo que buscaba el bien de la humanidad. Creo que la obra en pro de la humanidad proporciona más alegría al alma que el trabajo para obtener el sustento.
Los rayos del sol de la primavera bailaban sobre el tejado de pajas espesas y se proyectaban sobre los montones de glicinia. Dentro del viejo carrito de bebé, yo apilaba ejemplares de la revista Seicho-No-Ie y estaba lista para salir, vistiendo un delantal blanco, para despacharlos por el correo.
Nuestra pequeña hija intentaba empujar también el carrito.
– Como está de linda la glicinia! Al oír mi voz, mi marido abrió la puerta de su oficina:
– Gracias por el trabajo, “mamá”. ¿Usted también va hijita?
– Papá, al regreso, vendré dentro del carrito! Es tan divertido! – sonó la voz vibrante, llena de vida, de nuestra hija.
– Hágase cargo de la casa querido! – le dije yo.
Hacía apenas cinco meses que la revista había sido lanzada; pero, cada mes, aumentaba el tiraje y, consecuentemente, el peso de la carga del carrito, lo que me alegraba mucho. Finalmente la primavera llegará a la vida de la pequeña familia. Yo tenía 35 años de edad.
Después de enfrentar muchas dificultades, estábamos llegando finalmente a la tierra de la esperanza. Cuando nuestra hija nació, aún no habíamos encontrado al Dios verdadero. Como reflejo de eso, la niña nació frágil y nos causó mucha preocupación. Pero, finalmente, pasó a reinar en nuestro hogar la eterna primavera.
Habíamos emprendido una larga caminata, buscando a Dios en el mundo exterior, y lo encontramos dentro de nosotros! Finalmente, comprendimos que Dios estaba en todas partes, inclusive dentro de nosotros mismos, listo para acogernos con los brazos abiertos, sonriendo. Comprendimos que existía únicamente el bien. Que todos éramos hijos de Dios, perfectos, que yo vivía en Dios y Dios vivía en mí. Cuando comprendí que todo lo que era captado por los sentidos físicos no existía de verdad, desapareció la tristeza. A partir del momento en que descubrí a Dios dentro de mí, ninguna infelicidad logró alcanzarme. Mi alma se sintió plena y mi cuerpo olvidó la enfermedad. El futuro se descubría radiante ante nosotros.
Despertamos al amanecer. Después de la oración, mi marido comenzaba a escribir. Luego, salía para cumplir con el trabajo en la empresa donde trabajaba. Yo ejecutaba todas las tareas domésticas, y además de eso, cuidaba de la revisión de los textos impresos, de la contabilidad, de la correspondencia y de la expedición de las revistas. Y aún sacaba tiempo para plantar verduras en la huerta y flores en el jardín. Mis manos estaban ásperas, pero mi alma vibraba de satisfacción.
Las flores embellecían y perfumaban el jardín prácticamente todo el año, y los tomates y otras legumbres maduraban en la huerta.
Del libro Reverenciándolo como Maestro, Respetándolo como Marido
Teruko Taniguchi